Vía blogs de cocina El Aderezo y Directo al Paladar.
Ayer, 16 de noviembre, el Comité Intergubernamental de la UNESCO reunido en Nairobi (Kenia), acordó inscribir la Dieta Mediterránea como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Aunque la candidatura de la Dieta Mediterránea a ser incluida en la lista de Patrimonio de la Humanidad comenzó en el año 2003, han tenido que pasar más de 7 años para que la Unesco haya aceptado su inclusión en el listado de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad en la reunión para tal efecto.
La candidatura fue realizada, de manera conjunta, por España, Grecia, Italia y Marruecos, y ha estado coordinada técnicamente por la Fundación Dieta Mediterránea desde que se fundó, en el año 1996. Además contaba con miles de adhesiones personales gracias a una web creada a tal efecto para apoyar dicha candidatura.
La dieta mediterránea tiene más de 9.000 años de existencia. Aunque casi todo el mundo se vaya a las bonanzas alimentarias cuando se habla de ella, es para much@s, una forma de vida compuesta por el arte, cultura y tradiciones que sólo se dan en torno al mar Mediterráneo.
Este reconocimiento viene a sumarse al que ya le habían otorgado médicos y especialistas en nutrición de todo el mundo, al valorarla como una de las dietas más saludables y de las que aportan una mayor esperanza y calidad de vida.
Ya hace años que diferentes estudios han demostrado que en los países ribereños del Mediterráneo las tasas de mortalidad por enfermedades cardiovasculares son las más bajas de Europa. No hay un solo factor determinante, pero parece ser que la baja ingesta de grasas de origen animal es una de las grandes ventajas de nuestra dieta, a favor de una mayor ingesta de grasas de pescado, ricas en ácidos grasos omega-3. Pero además debemos unir la acción beneficiosa del aceite de oliva, que comparte con otras grasas vegetales, y que ayuda al organismo a liberarse del “colesterol malo”.
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El consumo de legumbres y verduras frescas, pasta, cereales y arroz suponen el principal aporte de la dieta, en detrimento de carnes, lácteos, grasas y azúcares refinados, que clásicamente se consumían de forma ocasional.
Decimos esto ya que desafortunadamente, la globalización está cambiando nuestros hábitos alimenticios, y las grandes cadenas de comida rápida y de productos precocinados están alterando las costumbres de los jóvenes. De hecho, ya empiezan a verse preocupantes signos de este cambio, como la detección de obesidad y altos niveles de colesterol en niñ@s y adolescentes, que además son cada vez más sedentarios en sus costumbres. Algo que las autoridades sanitarias tratan de cambiar sin mucho éxito de momento, ya que luchan de forma desigual contra los grandes recursos en publicidad de las multinacionales de la alimentación.
Esperemos que el reconocimiento de la dieta mediterránea como patrimonio cultural sirva para que recuperemos estos sanos hábitos de vida y de alimentación y las generaciones futuras no lleguen a padecer las consecuencias de una alimentación desequilibrada.
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